Por Manuel Sánchez Martínez, antropólogo social.
Es de sobra conocida la recuperación que ha tenido la música tradicional de nuestra tierra después del tremendo declive que sufrió entre los años 1960 y 1980 aproximadamente. Numerosos grupos se han fortalecido, reconstituido o incluso creado con la idea de recuperar o continuar con una tradición que se extinguía sin aparente remedio tras la fractura generacional de esos años. Aquella penosa situación ha dado lugar a otra actual en la que existen, en Murcia y comarcas limítrofes, varias docenas de agrupaciones de las que denominamos cuadrillas o grupos de música tradicional, muchas de ellas con una pujanza extraordinaria. Sin embargo, una vez conseguido lo que hace dos décadas parecía casi imposible, que muchas personas, con frecuencia jóvenes entusiastas, se implicaran en estos aspectos musicales asegurando la momentánea continuidad temporal, no parece conveniente pararse ahí, por lo que hace falta plantearse ciertos interrogantes de futuro, algunos de los cuales enuncio con el objetivo de provocar una reflexión.
Por un lado tenemos la cuestión del mantenimiento de la tradición. En efecto, parece ser que, para una buena parte de la población, mantener la tradición es algo importante que hay que practicar; no obstante, hemos podido comprobar cómo el solo intento de “mantener” ciertas costumbres para evitar su pérdida definitiva ha tenido muchos altibajos y algunos sonados retrocesos. Ello se explica porque se ha pretendido conservar tradiciones basadas en modelos sociales o comportamientos que pertenecían definitivamente al pasado. Por ejemplo, muchos grupos han gastado enormes energías en enseñar a niños a tocar, cantar o bailar; niños que al dejar de serlo han desaparecido del grupo y para la música. Si reflexionamos, veremos que nada hay más lógico: un joven pretende divertirse (o relacionarse, o cualquier otro propósito) antes que sacrificarse para “mantener” algo que no ha vivido, sino que le han contado que existió. Si los jóvenes (o los no tan jóvenes) no viven como objeto de diversión actual la interpretación de la música tradicional, sino como una especie de condena forzosa, se alejarán de ella a la menor oportunidad. La lección que debemos extraer es la de que hay que “poner al día” las tradiciones, darles un sentido que nos valga para el presente, y no viviendo exclusivamente del pasado. Se tiene que lograr que la música tradicional figure como una más de las posibilidades sociales que tenemos; y que sea algo joven, actual y placentero, tal y como ha sido siempre. Por desgracia, en algunos momentos, y por culpa de la ruptura generacional, se ha asociado la música tradicional a aquella que interpretaban únicamente los ancianos, y por lo tanto cosa sólo de viejos, y además de viejos aburridos que viven en otro tiempo, lo cual está claramente reñido con la idea de diversión y actualidad antes mencionada. El reto, de cara al futuro, es asegurar que la música tradicional quede integrada definitivamente en nuestros modos de vida actuales, formando parte de la misma cultura urbana que casi todos practicamos (hoy, hasta en las aldeas más remotas se tienen pautas de comportamiento más urbano que rural), para que nadie, y especialmente los jóvenes, la sientan como algo del pasado, sino como una más de las ofertas del presente. Un ejemplo de adaptación válida a las nuevas situaciones lo tenemos en la propia creación de los llamados “encuentros de cuadrillas”, que han resultado ser una fórmula exitosa de demostración musical, inexistente antes de la creación del Encuentro de Barranda en 1979.
También tenemos que la idea de mantener la tradición ha llevado demasiadas veces a realizar una interpretación del pasado que encorseta a la música tradicional como nunca lo ha estado, y la intenta conservar como una pieza de museo en una vitrina, presuntamente inalterable y protegida de toda perturbación, dispuesta para que el público la admire… si va al museo. Este modo de ver la situación debe de tener existencia (¿por qué no?) como una parte más de la realidad, para solaz de los partidarios de contemplar las recreaciones artísticas. Pongamos otro ejemplo, muy habitual de esta fijación de la tradición. Con frecuencia se ha mostrado un baile tradicional, con la música y el cante que lo acompañan, como una sucesión de pasos, previamente establecidos en su orden, y como una sucesión de determinadas coplas siempre cantadas en igual orden; y a ello se le ha dado la denominación de “baile de tal o cual sitio, o baile del Tío Fulano o de la Tía Mengana”, aprendiéndose y repitiéndose de igual manera a lo aprendido. Bien, esa es una de las posibilidades: así se conservan un baile, unas coplas y una música aprendidos de alguien en un momento concreto; es como una fotografía instantánea de ese momento temporal. Sin embargo, nuestro entorno físico, las gentes y sus costumbres, la propia sociedad en definitiva, ¿permanecen siempre inmóviles, como en una fotografía?. La evidente respuesta es: no, evolucionan, cambian y se adaptan, con frecuencia retomando viejas experiencias y poniéndolas al día; es como una película, con una sucesión de escenas vivas y cambiantes. Luego si eso es así, la otra posibilidad (simultánea y no excluyente) es que la música, los bailes, las coplas, los rituales… también evolucionen guardando su esencia y formen parte, siendo útiles, de la sociedad de cada momento, lo que, como ya hemos indicado, es el mejor seguro de pervivencia de las costumbres. Por eso, el mantenimiento popular de esta música depende de que salga a la calle, donde siempre estuvo, y la reconquiste; para que nadie resulte, así, extrañado por ver y escuchar a los músicos de ronda o de bailes; que los aguilandos de Pascua resulten familiares para todos en los pueblos y ciudades; que los jóvenes lo asuman como algo festivo; en definitiva, de que todos la reconozcan y la hagan un poco propia.
Además, nos encontramos con que en un mundo que tiende a eso tan complicado de definir, pero que se conoce como globalización, hay poderosas fuerzas que nos inclinan hacia la uniformidad cultural, hacia unas formas culturales parecidas en muchos de los rincones del planeta. Paradójicamente, junto a esas fuerzas convergentes existen otras que proclaman la vuelta a lo autóctono, a lo local, buscando que se diferencien países, regiones, y hasta localidades, de otros países, regiones o localidades (especialmente si son próximos), para lo cual se reivindica la singularidad de unas tradiciones y costumbres frente a las tradiciones y costumbres de los demás. Tenemos la oportunidad de hacer un buen uso de futuro de esta herramienta de identidad que nos brinda tener vivas nuestras propias tradiciones musicales. Con frecuencia vemos intentos de todo tipo de buscar elementos representativos de la Región, símbolos que nos distingan de los demás, y que no pocas veces están abocados al fracaso por su falta de correcta perspectiva. Por el contrario, estimo que pocas cosas pueden ser mejor bandera representativa de nuestra tierra que la salud y vitalidad de una música tradicional que lamentablemente ha desaparecido de muchos otros puntos de España, o que ha sido desplazada por aquellas otras fórmulas que antes citábamos como practicantes del encorsetamiento y la recreación artística de las músicas y los bailes. Si nuestra música tradicional fuera reconocida, finalmente, como algo cotidiano y propio, las mismas fuerzas sociales que abogan por un reconocimiento de lo singular, de lo particular, frente a lo global, serían un puntal de apoyo extraordinario para el mantenimiento vivo de las costumbres. Por último, estas propuestas, que de cierta manera ya se están viendo desarrollar en la actualidad, son de realización final complicada, ya que supone la movilización permanente de conciencias y bolsillos. No obstante, son posibles con el empeño de todos aquellos quienes nos dedicamos a este mundo, que debemos demostrar, con el ejemplo, que es posible la inserción de la música tradicional en una sociedad moderna, pero también con la ayuda de las Administraciones (las cuales, por el contrario, parecen flojear en sus apoyos en los últimos tiempos) y de sectores privados interesados en ofrecer otra imagen de la Región, más auténtica y dinámica, que destaque favorablemente en su contraste con otras imágenes de cartón piedra hasta ahora.
Para citar dicho artículo:
Sánchez Martínez, M., (2002): “La música tradicional murciana: retos de futuro”, en XIII Edición de Cuadrillas y Aguilandos en Torreagüera. Revista Costumbrista y Cultural. Torreagüera, sin paginar.
Para saber más sobre las Cuadrillas de Murcia imprescindible visitar el canal de Youtube de Manuel Sánchez Martínez:
https://www.youtube.com/user/antropologoclemente/videos
JOSE CLEMENTE dice
Interesante artículo y, aunque hace años de su publicación, es muy actual, sobre todo para repensar el por qué en los pequeños pueblos de nuestro territorio, la gente jóven (me refiero a esa juventud de 18 a 25 años) le cuesta tanto trabajo el utilizar estas músicas y estos bailes, como forma de divertimento normal , si no que se queda para determinadas fechas y ocasiones, y en la mayoría de los casos ni eso. Aprendieron de niños esos bailes y esas músicas, pero luego no se ha sabido, y yo creo que los medios ni las clases dominantes lo han querido ni dejado, y de ahí, que algunos de ellos y de ellas, su incorporación al mundillo cuadrillero, en muy contadas ocasiones, se produce pasados los 30 o más años, caso de que se produzca.