Aquella tarde de invierno tras la comida, basada en unas suculentas migas de harina con tropezones y unos tragos de vino, decidí coger la guitarra acompañado de mi amigo Alejandro dispuestos a salir a la plaza del pueblo. Por aquel entonces jotas, malagueñas, parrandas y aguilandos, formaban parte de nuestras vidas, todos los días y a todas horas nos veíamos para tocar algún instrumento, para intercambiar ideas, cintas, toques, sensaciones o sentimientos, que aquellos mayores, desconocidos para nosotros, nos transmitían a través de la cinta de cassette. Mi colega se arrancó por malagueña cifrá, por arte de magia, a la tercera copla o cuarta copla ya había gente junto a nosotros…., tras aquella malagueña, empezamos una jota y luego unas parrandas…. Llegando a perder la cuenta. Los vecinos seguían llegando, era maravillo lo que nuestros ojos estaban viendo, lo que nuestro corazón estaba recogiendo. Las preguntas iban y venían: ¿de donde sois?, ¿de donde venís?, ¿sois de alguna cuadrilla?….. A aquellos toques de guitarra, se fueron uniendo los del laúd, guitarro y la grandeza de unas postizas para un baile bien marcado. Nuestros compañeros que reposaban en el bar degustando un buen orujo de la sierra también se incorporaron y allí la fiesta continuo hasta la perdida del sol y la entrada del frío. Cuando pensamos que el “baile suelto” estaba acabado, los vecinos y amigos de la cuadrilla local, habían estado preparando en sus casas la lumbre para irnos a estar junto al fuego y seguir la fiesta (vino, cordero, tostones con miel….). Desde ese momento, hasta nuestros días, he podido comprar en cada fiesta o encuentro de cuadrillas, la grandeza y el corazón que vecinos y amigos cuadriller@s del Calar, Campo de San Juan y Sabinar tienen hacia sus amigos.
Texto de Tomás García Martínez.
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