El panorama de la huerta de Murcia a finales de octubre de 1918 era desolador: escaso conocimiento en cuestiones de higiene, gran ignorancia para evitar el contagio, casos de pobreza entre sus habitantes y “víctimas del vicio que mueren en porqueras relegados al olvido”. En algunas localidades como Churra los caminos estaban intransitables, las casas infectadas, las charcas repletas de agua, este “pueblo bello” con un paisaje encantador era víctima de la epidemia. Los periodistas de algunos diarios de Murcia acudieron en busca del testimonio huertano, así tras su andanza por la huerta encontraban enfermos por todos lugares y espacios. Allí por donde iban, la huella impresa de la enfermedad había quedado reflejada en los habitantes de Murcia. Pero…¿Qué sabían los pobres huertanos de todo esto?, realmente poco. Ante los robustos cuerpos se apreciaba un “enflaquecimiento” de los hombres y una palidez en su rostro, síntomas característicos de esta enfermedad contagiosa. Para la ocasión, el cura y el alcalde de Churra acompañaron al periodista para conocer de primera mano el terreno y anotar los testimonios de los huertanos y los médicos, así algunos médicos indicaron que “la grippe en este pueblo se presentó benigna, siendo causa del contagio las tertulias caseras de los sanos en casas de los enfermos”. La Junta de Sanidad del Ayuntamiento iba practicando desinfecciones en aquellas casas en la que había fallecido algún miembro de la familia, y esos colchones o camas se desinfectaban de igual forma, ya que en determinadas ocasiones se volvían a utilizar para otro miembro de la familia, sin saber los huertanos el peligro que ello conllevaba.
La comitiva encargada de inspeccionar el terreno huertano se traslado a Cabezo de Torres, pueblo construido sobre el monte, con calles en cuesta, casas “de mísero aspecto” y con escasas condiciones de higiene, poca ventilación y luz.
Los testimonios y las situaciones vividas eran escalofriantes, Ladrón de Guevara entró a una casa para atender a un joven de quince años, uno de los seis hijos que tenía a su cargo el enfermo, pobre, ciego y con una única renta de tres duros procedente del trabajo realizado por su mujer obtenidos de su trabajo como ama de cría. Ladrón de Guevara preguntó “¿cuánto tiempo está enfermo?, dieciocho días; ¿le asiste algún médico?, ninguno”. El presidente de la Comisión de Sanidad le dejó una limosna en las manos calenturientas al pobre ciego, la escena fue desoladora, el anciano dio un beso en las manos del joven doctor, gesto acompañado de un “¡Dios se lo premie!”.
La comitiva continuó por las calles del Cabezo, en las casas se encontraban víctimas de la sífilis, casas con todos sus miembros griposos, mujeres ancianas durmiendo sobre una colchoneta mantenida por sillas, mientras los médicos preparaban recetas para entregárselas a los pobres huertanos. Sin duda alguna las cifras hablan por si solas, en Cabezo de Torres de los 900 vecinos sepultados en el cementerio, unos 500 habían sido inhumados por la gripe de aquel año.
En otros puntos de la huerta, como La Ñora o Javali Viejo, las viviendas tenían un nivel de higiene mayor debido principalmente a la constancia de sus alcaldes. A la llegada de la comitiva de Sanidad a estos puntos de la geografía murciana, sus integrantes pudieron observar la importante labor realizada por las autoridades locales.
El 30 de octubre de 1918 era remitido por la Intervención de Sanidad el parte estadístico con las invasiones de gripe en la huerta de Murcia, las cifras eran realmente alarmantes ya que ascendía a 219 casos.
El 1 de noviembre abrían “por vez primera” los cementerios de Murcia, completamente desalojados de público “notándose también la falta del tradicional arreglo y adorno de flores en las tumbas”. Para aquellos días, los tranvías que subieron de Murcia hacia el Cementerio de Nuestro Padre Jesús iban sin animación y con poco público. En los cementerios no estaba permitida la aglomeración de gente.
Texto y documentación:
Tomás García Martínez, noviembre 2020.
Fuente:
Línea. 29 de octubre de 1918, p. 1. AMMU.
Línea. 30 de octubre de 1918, p. 1. AMMU.
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